martes, 6 de abril de 2010

No es lo que parece...

No sé en que parte estoy, ni dónde quiero llegar. Sólo escucho los violines dentro de mi cabeza que danzan al compás de una sinfonía extraña y lúgubre. La sinfonía de mi vida.

Estoy caminando por este palacio que guarda secretos en cada uno de sus rincones. Camino lentamente, mientras siento mi corazón y escucho mi palpitar. A la vez, el crujir de las tablas de madera, añejas y desgastadas como mi alma.
Todo está vacío y apagado. No veo más que una ventanilla en la cual se reflejan los débiles rayos de la luz de la luna. Puedo ver la neblina del exterior.
Pero por algun extraño motivo siento que estoy bien aquí.
De pronto diviso una escalera que conecta a un piso, a un lugar desconocido para mí, pero no me aterra, al contrario, me siento segura de ir en busca de el.
He llegado a aquel lugar. Me apoyo sobre aquella mesa que no tiene nada más encima que un candelabro y una vela cuya vida se apaga al igual que yo.
Es un alivio tremendo el estar aquí, sola, escuchando el silencio que me inunda y me rodea. No siento miedo.
Camino rodeando la mesa y veo, a través de una ventana, un hermoso bosque, para mí silencioso y místico. Decido ir en busca de el.

Siento el crujir de las hojas y el viento pasar sobre mi cabeza. Grandes árboles me rodean, protegiéndome como una gran montaña. Y siento, a la vez, como el viento envuelve a las hojas, abrazándolas.
Todo el paisaje es tan gris y otoñal. Las hojas de los árboles, el cielo amenzante, pero da igual, me siento segura.

Entoncees, algo me llama y dice que tengo que volver, pero no quiero y sigo sentada aquí, en esta banca solitria, en medio de la plaza y rodeada de gente que se contenta con ver el esperado espectáculo de esta a las 12 como todos los jueves.

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